«Cuenta la leyenda…». Así podría iniciarse cualquier relato sobre Etiopía, un país que convive diariamente con el mito y cuya historia se sostiene a veces en esa imposible frontera que separa la realidad de la ficción.
 
Septiembre es un gran momento para conocer Etiopía. Quizá el mejor. La temporada de lluvias ha finalizado, el país está tapizado de verde y cubierto por sus clásicas margaritas amarillas y además es Meskel, la Fiesta de la Cruz, una de las dos principales festividades sagradas del país.
Los viajeros pronto se acostumbran en Etiopía a que las cosas no son lo que parecen: las horas son distintas aunque no hay cambio horario y su año, pese a contar a partir de la muerte de Cristo, lleva unos cuantos de retraso con respecto al nuestro. Del mismo modo, a pesar de que más del 50% de su población profesa el cristianismo, lo que ubicaría al país en una esfera de celebraciones y tradiciones próxima a nosotros (Pascua, Navidad), nada hay más lejos de la realidad. Los cristianos ortodoxos de Etiopía no dan comienzo a su año nuevo en Enero sino en Septiembre y, aproximadamente diez días después celebran la fiesta de Meskel. Una tradición tan arraigada que su celebración corta calles, mueve procesiones y moviliza a cientos de miles de personas tan solo entre músicos, clérigos y participantes en su imponente desfile de carrozas.
 
Cuenta la leyenda —ahora sí— o la historia si escuchas a los etíopes, que Helena, la madre de Constantino el Grande estaba profundamente preocupada por el paradero de la cruz en que había sido ejecutado Jesucristo. ¿Qué significan estos personajes históricos de la Bizancio del siglo IV para la Etiopía actual? Pues todo, es decir, la base de su fe. El emperador romano fue el primero en declarar oficial a un cristianismo entonces perseguido y fue el que, como símbolo de una nueva era otorgó su nombre a la antigua Bizancio, Constantinópolis o Constantinopla, la ciudad de Constantino. En el año 326, su madre, tras rezar en busca de la inspiración divina, visualizó a través de un sueño el camino hacia el lugar donde se ocultaba la cruz verdadera, objeto de veneración para cristianos de todo el mundo. Helena encendió un a hoguera y el humo —guiado por Dios, entendemos—  la llevó hasta la cruz, la más importante de las reliquias del Cristianismo.
Meskel, la Fiesta de la Cruz que conmemora ese momento, se celebra cada año en Etiopía entre el 26 y el 27 de septiembre. Procesiones, rezos, bailes de aire tribal, cánticos Hombres y mujeres se engalanan y se visten de blanco y caminan bajo sus parasoles de colores en el impresionante desfile que dan la entrada al último carruaje en el que una muchacha etíope que simboliza a Helena cierra la marcha, frente a las autoridades eclesiásticas y religiosas, antes de prender fuego a la gran Cruz, decorada con margaritas amarillas. Las cenizas serán recogidas posteriormente para trazar el símbolo de la cruz sobre la frente de los fieles.
 
Los sectores más historicistas contradicen este descubrimiento de la Vera Cruz, pero no la existencia de la misma. Para la Historia oficial, la cruz llegó a tierras etíopes como un regalo del patriarca de Alejandría al Emperador de Etiopía en agradecimiento a la protección otorgada a los cristianos coptos. La reliquia sagrada —o la mitad, según a quien creas— aún se encuentra en el país. Para unos y para otros, independientemente del momento y la forma que la cruz empleara para manifestarse en Etiopía, el hecho es que a día de hoy, descansa enterrada a los pies del monasterio de Gishen Mariam, uno de los lugares más sagrados de Etiopía.
Etiopía fue unos de los primeros países en abrazar el cristianismo.  Por eso es fácil que las fiestas religiosas «impuestas» hayan fagocitado alguna fiesta anterior de origen pagano. No es casual pues que Meskel coincida con el cambio de estación, cuando regresa el sol y se da por finalizada la época de lluvias. De hecho, en un ejemplo de sincretismo ancestral, el creyente etíope aguarda expectante la caída de la cruz quemada pues la dirección en la que quede tras la quema indicará cómo serán las cosechas y por extensión, el año venidero.
 
Pero Meskel es también un momento de celebración y unión entre ciudades, etnias —hay más de 70 en Etiopía—y familias. Un momento para compartir y sentarse juntos a la mesa. Y por supuesto, una ocasión excelente para entrar en contacto con este país africano diferente a todos sus vecinos. Tanto en Addis Abeba, la capital, donde el visitante puede asistir previa reserva a los actos institucionales y multitudinarios que caracterizan a esta festividad, como en los festivales de Bahar Dar, Gondar, Axum o Lalibella, más sencillos pero igual de auténticos, podremos formar parte de experiencias fuertemente arraigadas y muy emocionantes.
Escrito por: Emma Lira